El terreno era estrecho, rodeado por el mar y la
solución ocurrió naturalmente, teniendo como punto de partida el inevitable
apoyo central. De él, la arquitectura ocurrió espontánea como una flor. La
vista hacia el mar era bellísima y había que aprovecharla. Suspendí el edificio
y bajo él el panorama se extendió todavía más rico. Definí entonces el perfil
del museo. Una línea que nace desde el suelo y sin interrupción crece y se
despliega, sensual, hasta la cobertura. La forma del edificio, que siempre
imaginé circular, se fijó y en su interior me detuve apasionado. Alrededor del
museo creé una galería abierta hacia el mar, repitiéndola en el segundo
pavimento, como un entrepiso inclinado sobre el gran salón de exposiciones.
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